En las tierras donde yo vivo no hay agua, apenas la hay. La sed de la tierra llegar a ser desgarradora y se estremecen sus entrañas cuando por fin el cielo se abre y la empapa. Hoy quiero regalaros los versos de una poetisa casi desconocida pero muy singular: María Cegarra Salcedo, a quien Miguel Hernández dedicó El rayo que no cesa. Era química, profesora y, sobre todo, mujer sensible, escuchadla, por favor.
Se puso alegre el campo
con la lluvia.
Amaneciendo
en verdes limpios y despiertos.
Desbordándose pleno.
Entregándose como un fruto jugoso,
penetrado de azules,
de eternas, bruñidas claridades.
La sed apaciguada de la tierra,
parece que a los hombres les alcanza.
El cielo está cercano, leve,
enternecido pecho de honduras intocables.
¿Qué pensamientos, ansias, ilusiones,
podemos comparar a tan pura belleza?
¿Un verso?
Yo tengo un poema
que se parece a la yerba
empapada de lluvia,
nacida en escondida senda...
¡Cuanta belleza para También la Lluvia!
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