Soy madrileña y viví en Hermosillo, Sonora, México, mis primeros años de casada.
Mi recién estrenado marido llegó allí a hacerse responsable del mantenimiento de una central eléctrica, ésta se convirtió en “La Otra”. Me encontré en una tierra donde se hablaba mi idioma pero con otro vocabulario, otra entonación y otro volumen, los españoles sonamos chillones y gruñones en cuanto salimos de aquí. Una tierra donde todo el mundo sabía cantar y hablar bonito, pero me tuve que acostumbrar a escucharlos para empezar a entendernos. Viví mi traslado como una oportunidad para aprender y fueron varios mundos los que pude conocer en una sola ciudad.
Mis primeras experiencias en México fueron de asombro, me asombró una tierra árida que florecía en cuanto caía una sola gota, una ciudad con restricciones de agua pero con aceras de metro y medio de altura para evitar las inundaciones, una gente dulce que come picante desde su tierna infancia, el sol con más fuerza que he visto nunca pero que se recogía bien temprano, la música y la pasión dadas de la mano junto al sentido común de la gente sencilla, el orgullo cultural junto a una enorme mescolanza de orígenes. Pero sobre todo me asombró el calor de la gente, su acogida real, sincera. Sonora me brindó amigos para el corazón, que se han quedado instalados para siempre.
Mi enorme curiosidad me hacía salir de casa y relacionarme, en un principio como mi asombro no se colmaba, me iba al supermercado a ver los productos frescos. Me fascinaba el colorido, los aromas y la variedad tan enorme de vegetales y frutas que jamás había llegado a soñar. Pero lo mejor del supermercado eran las señoras que estaban comprando, en cuántas ocasiones inicié conversaciones al lado de un vegetal que me tenía asombrada y las concluía con la memoria llena de nuevas recetas para cocinarlo, así como un teléfono y un email para tomar un “cafesito” mañana mismo.
El desierto de Sonora impone su calor y su ritmo a su capital Hermosillo, su gente madruga para hacer la labor dura antes de que salga el sol, el deporte se hace al amanecer, lo mismo que las tareas domésticas. Trasladarse a pie durante el día es un ejercicio arriesgado, casi el mismo que quedarse dentro de casa durante el invierno, época en la que yo buscaba ese mismo sol en las escaleras de la casa para entrar en calor. La noche es larga porque empieza pronto y el ambiente propicio para la fiesta, la comida en la calle, los locales de música, los mariachis en los restaurantes, las muchachas más bonitas del mundo en “bola” y arregladas como reinas. Sonora está llena de belleza, especialmente en su gente. La cercanía a Estados Unidos, además de la conquista, junto a la belleza de sus indígenas altos y poderosos, da como resultado mexicanos altos, fuertes y orgullosos. La vegetación y fauna de Sonora, no es menos bella que su población humana. Los enormes cactus que explotan una vez al año, en ocasiones una sola noche, en flores enormes y espectaculares, sus reptiles con escamas de chaquira, su correcaminos legendario, el coyote, la cascabel…Todo está lleno de fuerza, belleza y poder.
Sonora conquistó mi alma, mi retina y mi memoria. Allí aprendí a ampliar mi idioma con palabras de antaño que aquí ya no se usan, palabras de origen mexicano y palabras que hacen a su medida desde el vecino anglosajón, muchas de ellas palabras que no he podio expulsar después de mi vocabulario: huarache, comal, molcajete, tejolote, membresía, chapulín, apapacho, ejote, chamaco, platicar… Sonora me obligó a usar el color en mis fotografías, a proteger mi piel con pantalla total, a abrir mi mente y mi alma a amistades nuevas e insólitas.
En Sonora estudié fotografía de la mano del mayor fotógrafo de aquella tierra, Memo Moreno. De él aprendí a tomar imágenes con creatividad y entusiasmo, aprendí a mirar el mundo como si siempre estuviera enfocando mi cámara. Y además viví la experiencia de su hospitalidad, encontré una familia lejos de la mía, un calor humano irrepetible. Hice un grupo de amigos entrañables en torno a la fotografía, amigos que mantengo en la distancia y el tiempo, porque fueron sinceros.
Profundicé Sonora de mano de otra española y de un maravilloso grupo de mujeres voluntarias. Inicié una nueva etapa en aquella tierra en el momento que conocí Lutisuc, comencé trabajando con ellas como fotógrafa pero acabé inmersa hasta la médula en su bonita labor de apoyo a la cultura indígena de Sonora. Mi participación se amplió y me impliqué tanto en la organización, como en el trabajo de campo, en la adquisición de fondos y la difusión de su labor. Durante mi trabajo en Lutisuc conocí la pobreza más arraigada de la mano de la mayor de las riquezas: el orgullo por su origen y su cultura. Me zambullí en la cultura pima y la yaqui, me quedé boquiabierta ante la cultura seri, nómadas del desierto. Me trasladé en el tiempo sin moverme del sitio, aprendí otros valores, otros sabores, otras visiones del mismo mundo que yo habitaba. Tuve la suerte y el privilegio de poder tomar imágenes de ritos sagrados, de hábitos diarios, de sus condiciones de vida, de sus fiestas y alegrías, de su cultura y su vida. Me aceptaron en su entorno, me brindaron lo que tenían, me acogieron y bendicieron. Y no pude menos que trabajar en cuerpo y alma para ellos. Mi experiencia de trabajo en Lutisuc ha sido una de los episodios más emocionantes de mi vida, más auténticos y de los que me siento más orgullosa.
Volví de Sonora a España con ilusión y con añoranza. Desde el momento que salí de allí sueño con volver, con abrazar de nuevo aquella familia que dejé allí, con probar de nuevo sus carnitas y sus salsas, con oír ese acento norteño que aprendí a diferenciar entre los mexicanos del aeropuerto de DF.
México es muy grande y yo solo conocí un rinconcito, pero me conquistó de tal manera, que sé que volveré, sé que allí me quedé.
Ana Municio Zúñiga
¡Que belleza!
ResponderEliminar¿Cómo agradecerte esta entrada tan llena de matices, emociones, colores, olores y sabores?
No puede haber mejor voz para acercarse a Sonora.
Esas mujeres y otras muchas...tienen las retinas llenas de otros paisajes, de otros olores, de otros sabores y de hijos ajenos...ellas cuidan de nuestros hijos y de nuestros abuelos en España.
Gracias por ponerles su fotografía.
Doña Díriga
Es un retrato lleno de sensibilidad el tuyo. Otra persona quizá lo hubiera tomado como un castigo que no se merecía. Tú lo tomaste como una oportunidad para aprender, enriquecerte, ensancharte... No todo el mundo tiene esa amplitud de miras.
ResponderEliminarFelicitaciones, Ana, por este sentido recuerdo.
Gracias amigas, por darme la oportunidad de poner en palabras todos estos recuerdos. Escribir esto ha sido casi como un parto, le costó salir pero me hizo feliz. Me alegra que os haya gustado, con haberos deleitado a vosotras dos y haberlo sacado de dentro me doy por satisfecha. BESOS
ResponderEliminarMe has dejado sin palabras. Conchita tiene razón, lo viviste como una oportunidad y la supiste aprovechar. Has hecho un relato realmente precioso. Gracias por compartirlo.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias Mónica, siempre ahí, eres un sol. Muchos besos.
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